Cartagena de Indias, “Ciudad amurallada”
Amor. Una única palabra pero con diversas definiciones, ninguna errónea. Las calles adoquinadas e iluminadas con faroles antiguos de la Ciudad Amurallada adornaban el camino que Odette recorría en busca de un amor imposible. La batalla entre su mundo y el de su amado era irremediable. ¿Quién iba a decir que una joven de familia adinerada, viviendo cercana a la bellísima y brillante Catedral de Santa Catalina de Alejandría, se enamoraría de un pirata?
La única manera de poder verse, aunque fuese por unos minutos y con el corazón latiendo desaforado, era en las conocidas “ventanas del amor”. Era en donde todos los amantes se encontraban a la noche, a observar las estrellas y ocultarse entre las sombras que esta ventana bosquejaba. Ocultos en el medio de la noche, reían y suspiraban de amor. La ciudad se veía más hermosa cuando estaban juntos; a pesar de las guerras y de la esclavitud que los cartagineses vivían. Esta colonia francesa, repleta de color e historias, no quería ser saqueada. Adrien, cuyo nombre significaba proveniente del mar, era quien soñaba con algún día poder dejar las penumbras y pedir la mano de la joven Odette, y quien además atacó con su tripulación; los suspiros de amor y la calidez que la Ciudad Amurallada transmitía se habían disuelto. Un frío polar, extraño en esa zona tropical, caló los huesos de los residentes. Las tropas francesas atacaron sin piedad, con mejores armas y mayor experiencia en la batalla. Ningún pirata salió triunfante. El llanto desgarrador de Odette pobló la ciudad.
Aún siguen los rumores de que si te aproximás a las ventanas del amor, podés oír el lamento de la joven francesa. Luego del asesinato de Adrien, ella se quitó la vida, desde la parte superior del edificio vecino a su domicilio, la Iglesia.
Escrito por Hadás Peñer, 5to Ciencias Naturales