Historia al paso

Les voy a contar un secreto, pero por favor no me tomen de loco.

La historia se remonta a unas semanas atrás, cuando me mudé a Buenos Aires. Siempre me hablaron bien de la ciudad. De día brillante, inmensa, perfecta e imperfecta a la vez. Los edificios, monumentos, las calles mismas relatan una historia al paso. Cada esquina, cada plaza, cada barrio es único. De noche se torna fría, sombría, tan imperfecta y perfecta a la vez. Cuadras muertas pero llenas de vida. Esta última frase es más que una simple metáfora. Cada noche , esta ciudad bañada en modernidad choca con el mundo del pasado. Reitero, no me tomen de loco.

Mi departamento queda a dos cuadras del lúgubre Cementerio de Recoleta. En mi tercera noche acá, fui a pasear por la zona. Quería aprenderme cada rincón del lugar, con lo cual mi atención era muy detallista.

Las calles estaban desoladas, como mis pensamientos en aquel entonces. Estaba aislado en una ciudad desconocida. Sentía que era momento de regresar. Pregunto a un señor si podría decirme la hora. Este respondió cinco minutos después, cuando sacó un reloj distintivamente antiguo. «Faltan cinco para las diez» pronunció. Yo intentando entender la situación agregué: «las diez las pasamos hace mucho». Y él, pensativo: «no joven, yo estoy atrapado acá». Era yo en ese momento el que estaba atrapado en el lugar. La habitualidad hizo que agradeciera y me diera media vuelta para irme. Sin embargo, fue la incertidumbre la que congeló mis pies. Volví hacia él, pero ya no estaba. Solo yacía la perturbación de su anterior presencia. Seguí caminando para volver a encontrarme con una chica vestida indudablemente de otra época que segundos después me preguntaría por la hora. Se notaba que tenía prisa. Yo todavía agobiado por la situación anterior, irónicamente contesté que la hora no la sabía, pero que seguramente eran más de las diez. Esta respuesta no fue de su agradado sino todo lo contrario. Acotó algo que no era para mí: «¡Qué tarambana soy! Cinco para las diez era la cita». Sin agregar más, se fue desesperadamente. Y yo también.

Llamó mi atención la carreta que por al lado mío pasaba, no lo suficiente como para volver a detenerme. Sin embargo, sí lo fueron el grito y las campanas que tan abruptamente sonaron. Ella no llegó a su cita. Pero a partir de esa noche, mi cita diaria es ir a conocer en cada rincón de la ciudad, una nueva historia de los habitantes del cementerio de Recoleta.

 

Escrito por Dalia Ivanoff, 5to Comunicación