La risa, un idioma universal

Entrevista a Romina Krause y Sebastián Guz

Un grupo de alumnos y alumnas de 5° y 6° año del Nivel Secundario entrevistaron a Romina Krause y Sebastián Guz, una pareja que, además de formar una familia, llevan adelante un Proyecto artístico. Juntos formaron una compañía de clown, circo y teatro callejero llamado “Mundo Costrini”; y han hecho shows en más de 40 países.
Tuvimos la suerte de compartir con ellos una clase de Clown en las Jornadas de Conviencia que organizó el colegio este año y quisimos compartir con ustedes lo que hacen y dicen los artistas.

-¿Qué es ser un clown?

Sebastián: Un clown es una persona que trabaja para hacer reír al público, para hacerlo emocionar, para intentar transformarlo y sobre todo para mostrar mucha humanidad, torpeza, ridiculez. Todas las cosas que los demás escondemos, el payaso las utiliza.

-¿Y por qué clown y no payaso?

Sebastián: En realidad significan lo mismo, solo que clown es la traducción del inglés. Últimamente, muy a menudo se utiliza mal la palabra “payaso”, como insulto hacia políticos “poco serios”, por ejemplo; entonces, como la palabra se ha degradado en el uso cotidiano, prefiero usar “clown”.

-Ustedes hacen circo callejero ¿Qué lo diferencia del circo tradicional?

Romina: El circo tradicional está pensado en carpa, con estructuras, con animales… En cambio, el circo callejero está despojado de todo ese artificio, las luces, la carpa, grandes estructuras. Otra diferencia es que trabajando en la calle, te puede pasar cualquier cosa, puede ir a verlo cualquier persona, se te pueden meter perros en medio de una función por ejemplo. En cambio, los circos en carpa están más controlados.

Sebastian: Una cosa que es bueno rescatar es que el circo tradicional, o sea la carpa, ha llegado a hacer los espectáculos más grandiosos del mundo cuando no existía la televisión. En aquel entonces, el teatro, el circo, era todo. Llegaba un circo a un pueblo, se armaba la carpa , llegaban los artistas, había mucha expectativa ¡Llegaba el circo!. Es una hermosura ese momento. El circo callejero tiene otros códigos, tiene otras verdades e imprevistos.

-¿Les gusta cuando surgen imprevistos y tienen que improvisar o prefieren seguir una cierta estructura?

Romina: Depende qué imprevisto, pero está bueno. A mí me gusta jugar con lo que pasa: teléfonos que suenen, un borracho que se mete en la función…Como artista requiere mucha versatilidad. Sebastián juega mucho con lo que pasa, si se mete un perro, a él lo nutre y con eso crea un mundo nuevo, o se mete con los autos. En la calle, el espectáculo estructurado muchas veces fracasa porque tenés que estar abierto a que cualquier cosa pueda pasar, incluso climáticamente. Me ha pasado que se largue a llover muy fuerte en el medio de la función y hay que guardar e irse, no hay otra… Se empieza a mojar la gente, se empiezan a mojar tus cosas, el sonido; está bueno como artista poder lidiar con imprevistos y saber salir airoso.

-¿Como empezó este emprendimiento, ser clowns y el circo callejero?

Sebastian: En mi caso, empecé más o menos a la edad de ustedes (16- 17 años). En un principio aprendí a hacer malabares con tres pelotitas y fue como un juego, luego descubrí que detrás de eso había una profesión. Éramos un grupo de cinco alumnos y empezamos a practicar muy seriamente todos los días, cuatro, cinco, seis horas por día y muy rápidamente armamos un primer espectáculo en la calle. Al año siguiente nos fuimos de gira a Europa y de ahí no paré más. Es una profesión que nosotros elegimos y que nos permite recorrer el mundo. Viajar, ser tu propio jefe, tener tus propios ritmos, tus propias autoexigencias…Es un camino de mucha libertad y muchos desafíos.

Romina: En mi caso fue gracioso porque siempre tuve resistencia al arte. Era muy rebelde… Era de las que se sentaba atrás de todo en la clase, se vestía de negro, no hablaba con nadie y todo le parecía “grasa”. Miraba y decía: “No, esto es cualquiera”. Mi hermana y mi mamá bailaban zapateo americano y yo desde atrás decía: “Uh qué cosa lo que están haciendo”. Hasta que llegó un profesor de teatro al colegio. Al principio: “No, no me gusta”, y claro, cuando probé dije “Uh yo quiero estar ahí”, y al año siguiente estuve ahí. Y a medida que pasaba al tiempo, ya en quinto año, tuve el papel protagónico en comedia musical. También trabajé mucho lo físico, la expresión corporal y me dediqué al teatro independiente. Hice escuela, un poco de conservatorio, y ahí lo conocí a Sebastián y al mundo del circo. Y así fue creciendo mi payasa. Ponerme en ridículo, practicar muchas caras frente al espejo, posturas. Ver como los otros también me ven. De esa forma ir explotando lo que tenés, no hay otra cosa para mí más importante que la autenticidad. Vos sos tu herramienta y tenés que aprovechar lo que tenés.

-¿Les pasó alguna vez tener vergüenza?

Romina: Vergüenza no. Creo que nunca. Sí nervios, unos amigos llaman a estos nervios “adrenalina constructiva”. Me gustó ese término, más que “nervios” que te destruyen, o te bloquean, sino sentir la adrenalina de antes del espectáculo, sentir que la sala se va llenando, o que la plaza, o que la gente va llegando a pesar del sol, el calor o el frío.

Sebastian: Yo hace veintidós años que trabajo de esto y antes de salir a escena me palpita muy fuerte el corazón siempre, hay una tensión. Y a gente que lleva haciendo esto toda su vida le sigue pasando esta cosa de la incertidumbre.

-¿Vivieron situaciones incómodas durante los espectáculos?

Sebastián: Sí sí, ha pasado de todo, desde que se meta un perro hasta gente en estado de ebriedad… De todo puede pasar. Una vez, en Sicilia, Italia, estábamos actuando y a cincuenta metros se estaban robando la radio de un coche y la gente se movió toda para ahí. Pasan un montón de cosas.

-¿Y qué es lo mejor que les sucedió?

Sebastián: Lo que rescato es que si esto sale bien, si funciona: cura, ayuda. La gente después de reírse una hora, y de emocionarse, te viene a agradecer con el corazón. Hay algo que los transformó, y ahí está el punto clave, saber que podes ayudar desde tu lugar. Un médico ayuda a curarte físicamente y un payaso te puede curar un poco el alma, el espíritu, te hace bien. Nos ha pasado muchas veces de gente que ha perdido un familiar, o ha tenido alguna situación bien grave en la vida y después de la función se acerca y te dice: “mira hace ocho meses que no me reía hoy me destapé!” Y bueno, lloras con él porque no te queda otra. Es una de las cosas que más agradezco de está profesión.

-¿Cómo resuelven la manera de decir o hacer las cosas en países donde muchas cosas son distintas, en otras culturas?

Romina: Nos pasó en Japón. En Japón son completamente distintos en un montón de cosas, incluso físicamente. Yo por ejemplo me subo arriba de un voluntario, me le cuelgo, y en Japón son muy chiquitos, el voluntario se me venía encima, me caía, no tienen la misma fuerza. Nunca me había pasado antes porque soy chiquitita, cualquiera me sostiene. Y esta vez, “Pum” me traía al japonés encima.

-¿Cómo se comunican si ustedes saben que en China, por ejemplo, no hablan su mismo idioma? ¿Trabajan sólo lo gestual?

Sebastián: Gestualmente y con onomatopeyas, es como si fuera un mensaje universal, se entiende. Romina, por ejemplo, tiene la virtud de que a cualquier país que vamos se aprende unas quince o veinte palabras en ese idioma. Yo no puedo retener tanto el lenguaje en poco tiempo. Ella se aprende palabras claves que usa durante el espectáculo. Con saber como se dice tal cosa ya te entendés. Pero en nuestros espectáculos, como estamos viajando por todo el mundo, la palabra no es lo importante, el texto no es lo importante, es más importante la acción, el cuerpo y lo que sucede.

Romina: Una conclusión a la que hemos llegado, es que la risa es universal. Por lo general nos reímos de lo mismo. A veces con un poquito más de pudor, o algunas culturas que se tapan la boca porque no les gusta mostrar su sonrisa. De pronto ves a mujeres con el burka, pero sabés que se están riendo, porque los ojitos les están brillando, y sabes que abajo de la tela hay una risa. Es interesante.

-¿Cómo arman sus espectáculos?

Sebastián: De hecho, aunque suene raro, el humor es algo muy serio, hay que pensarlo mucho. Hay que escribir, hay que pensar, hay que buscar la rítmica. Requiere un trabajo de mucho estudio, más que de ponerte a “hacer el payaso”, porque para eso primero tenés que saber con qué, qué es lo que vas a hacer.

Romina: También a no ser ofensivo, tenés que tener mucho respeto. Por ejemplo, hoy día, lo que está pasando con “Ni una menos”, con las mujeres y la violencia de género, se ha modificado mucho la conciencia. Para mi, saber cuándo un chiste funciona o no, es cuando se ríen. Cuando no hay risas hay que sacarlo, ya está, no funciona más.

-Cuando arman los shows, ¿Se dirigen a un tipo de público en específico o es para toda la familia?

Sebastián: Es apto para todo público. No es ni infantil, porque los espectáculos infantiles están puramente dirigidos a los niños, y tampoco son espectáculos para adultos porque lo pueden ver los nenes. Por eso hay un trato de no hacer cosas que a los chicos les puedan parecer violentas o agresivas; ni tampoco un show muy infantil porque aburre a los adultos. Ahí hay una larga discusión, porque muchas veces, lo que a los nenes les encanta, para los padres está mal.

Escrito por Luisina Amici, Pedro Raffaguelli de 5°C

y Violeta Carrera Pereyra, Camila Ruiz Sureda de 6°C