Hija de la Revolución

Marielle es una loca de los días calurosos. Una loca de la felicidad y de la alegría. A su suerte, el 15 de diciembre cumplía con sus expectativas. Hermoso día para militar, pensaba ella, mientras marchaba a su trabajo con la frente bien en alto y la garganta afilada. Ella sí que sabe de eso. Es socióloga, política y militante por los derechos humanos. Ella es hija de la revolución. Ese miércoles, se lo pasó ayudando a mujeres en una favela hasta las 18:30, su horario favorito, ya que podría ver, en su camino a casa, cómo la gente en esas cuadras bien coloridas se iban preparando para las cálidas noches llenas de risas brasileras con cerveza, fútbol y picada.

Al llegar a su casa, vio cómo una mujer que no había visto nunca intentaba abrir su puerta. Marielle, con una voz suave, le preguntó qué estaba haciendo, pero lo hizo de una manera tan dulce que parecía que no había entendido que una desconocida estaba intentando entrar a su casa. La otra mujer le respondió cortante y medio agresiva. Diez minutos después, ambas disfrutaban de una picaña en la casa de su nueva vecina, Celeste.

Eran las doce cuando aquella charla terminaba y Marielle se iba al lado. Celeste llegó a contarle por qué se encontraba en Río, y un poco de su historia personal. Las dos habían quedado fascinadas, las dos se hubiesen quedado hasta la mañana conversando si no fuera porque Celeste había tenido un día agotador.

A la mañana siguiente, Marielle, quien se encontraba más feliz, salió de su casa para repetir la rutina. El día estaba lluvioso, pero ella marchaba las 20 cuadras igual. A las 18:30, las calles techadas con cielo oscuro sudaban luz y alegría. Alegría contagiosa.

A las 7:00, Marielle llegó a su casa invadida por una voz que llenaba y aceleraba el cuerpo. Salió al balcón y, a su izquierda, se encontraba su vecina con una melodía con la que Marielle después soñaría. Su instinto fue el de agarrar una guitarra y acompañarla. Así, ambas, sumergidas en un mundo puramente de ellas, estuvieron dos horas. Dos horas que empezaron a repetir todos los días, aunque lloviera o hubiera viento. Dos horas que eran más importantes que cualquier cosa. Dos horas para enamorarse.

Un amor lleno de música, café, política, largas charlas, incontables risas, danza, militancia y cerveza. Un amor que era también una amistad. Así, Marielle y Celeste pasaron tres meses.

Eran las 19:30 del 14 de marzo de 2018 y Marielle todavía no llegaba. Había pasado su día en una favela luchando por los derechos de las mujeres. Celeste estaba preocupada, porque hasta ese día, a las 19:00, estaba cada una en su balcón para ese momento que tanto las llenaba. Pero ese día, Marielle no llegó. Ni ese día, ni ningún otro. Fue asesinada. Fue asesinada por sus ideales y su activismo. Por su potencial para cambiar el sistema. Marielle Franco nació y murió por la lucha.

La amaba tanto. Por eso, hoy, estoy escribiendo esto un poco apurada. En cinco minutos, saldré a cantar con su guitarra, esta vez, sonando en mi corazón.

 

Escrito por Dalia Ivanoff, 4to Comunicación.

Ilustrado por Luna Saliva Morillo