Independencia

El Congreso de las Provincias Unidas, reunido en Tucumán, votó la declaración de la independencia el 9 de julio de 1816. La lucha había comenzado en 1810, y continuaría durante varios años más. En ese contexto, palabras como pueblo, patria, libertad, independencia, revolución, marcan la lucha de los pueblos que, en todo el mundo, se enfrentaban a los poderes constituidos en la búsqueda de ser los protagonistas de sus propios destinos.

Independencia es una palabra cargada de definiciones y aspiraciones políticas. Define un proyecto y traza límites. Del otro lado están la dependencia y la sumisión. Surgió con fuerza entre los pueblos que percibían que sus identidades nacionales eran sojuzgadas y oprimidas por la trama de los grandes estados e imperios europeos. Polacos, irlandeses, italianos, húngaros y también alemanes, empezaron a ver en la independencia nacional el único camino posible para realizar o recuperar su dignidad como pueblos libres. La ilustración y el romanticismo coincidían en ese contexto cultural con sus ideas de pueblo, de patria y de libertad, y en insistir en la consolidación y unidad de la nación en torno a identidades nacionales que llevaban siglos de formación. 

Por eso la independencia, repetimos, era nacional, la independencia existía en el futuro, en los sueños de realización o recuperación de un destino anhelado. La nación, en cambio, era percibida como antigua y viva desde hacía mucho, en la lengua, en los lazos con la tierra ancestral y en un largo pasado compartido.

Imagen| Camila de Escalada

Sabemos que en nuestras tierras americanas las ideas libertarias surgieron en ese contexto emancipador y que esto no es una casualidad. Miranda, Bolivar, Mariano Moreno, San Martín, entre muchos otros americanos supieron apropiarse de estas ideas que circulaban de un lado a otro del océano y entendieron que representaban un anhelo de libertad y una realidad que de pronto se hacía evidente: el surgimiento de una identidad que buscaba hacerse visible. «No somos españoles, somos americanos», y esta exclamación estaba llena de orgullo y de autoafirmación. 

Sin embargo, la realidad en estas tierras ofrecía diferencias importantes. La patria, era sentida, sin duda, pero no tenía contornos nacionales tan evidentes. La nación estaba en formación. La necesidad de dotarla de símbolos (nacionales), como acabamos de conmemorar el 20 de junio, acaso delata esa carencia. El anhelo de libertad de los pueblos empujaba ese camino hacia la independencia pero a la nación le faltaba todavía recorrer un camino y definir su forma. Las provincias unidas… ¿unidas? ¿de donde? Ahora sabemos cuántas luchas internas llevaría todavía, cuantos desencuentros entre regiones y provincias, cuantas fronteras y límites habrían de correrse y disputarse en los (muchos) años venideros. En el mismo Congreso de 1816 que habría de declarar nuestra independencia estaban representadas provincias que luego no integraron nuestra nación, y en cambio estuvieron ausentes otras que sí la integran actualmente, y que fueron parte central de nuestra historia. 

¿A qué viene todo esto?

A que tal vez, en nuestro caso, la demanda independentista no venía de antiguas identidades locales (con sus lenguas, religiones, tradiciones y particularísmos) sumergidas durante siglos, sino que era la voluntad general de los pueblos de toda América, que se expresaba en distintos escenarios locales de acuerdo a la importancia relativa de sus regiones y sociedades. 

¿Y entonces?

Entonces, tal vez la lucha por la independencia emprendida por estos pueblos relativamente jóvenes, diversos, mestizos, con sus naciones inconclusas, iba a convertirse en una independencia siempre en proceso, siempre a punto de ser completada, porque no puede cerrarse en los límites ni en las dimensiones exclusivamente institucionales del Estado Nación, toda vez que la dependencia y la independencia (como problemas pendientes) vuelven a ser definidos como un problema continental y no solo nacional; toda vez que la puerta de la independencia de 1816 debe permanecer abierta para que por ella sigan pasando los rezagados y excluidos (los pueblos originarios, por ejemplo), ya que el pueblo era en realidad, varios pueblos.

Aún hoy, cuando nuestra nación está constituida y definida, con sus tradiciones y símbolos, podemos hablar de una independencia en proceso y de una identidad que a veces vuelve a estar en discusión, no para desconocer la importancia de julio de 1816, si no por el contrario, para dimensionar la escala continental del terremoto que se había puesto en marcha.

 

Escrito por el profesor Julio Carrera Pereyra